lunes, 10 de enero de 2011

ESTOY SUFRIENDO: ¿DE QUIÉN ES LA CULPA?


BUSCAMOS ENCONTRAR LA CAUSA DE NUESTRO PROBLEMA, DE NUESTRO DOLOR, NO PARA ASIGNAR CULPAS, SINO PARA PODER COMPRENDER



¿Te has fijado que el mismo tipo de situación dolorosa ocurre una y otra vez en tu vida?

Las personas pueden ser otras, las circunstancias ligeramente diferentes y el escenario nuevo, pero la dinámica de lo que está sucediendo continúa siendo exactamente la misma.

Una vez más descubres que te han abandonado, maltratado o dejado, y el dolor no disminuye por el simple hecho de que el patrón se haya vuelto familiar.
Utilizamos nuestras penas para cerrar los ojos y dejar de hacer uso de nuestros oídos.

Vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. Lo que vemos y oímos puede tener o no tener que ver en absoluto con la realidad. Cuando nos sentimos agraviados, nos tomamos todo lo que vemos u oímos como un ataque personal a nuestro pequeño reino o reinado. Cuando nuestras mentes se aferran a nuestros agravios, nos tomamos todo de un modo personal, tanto si se trata de una mala mirada o de un comentario descortés. Cualquier desaire minúsculo se convierte en más munición para nuestro arsenal de agravios.

Las personas espiritualmente maduras han aprendido a no tomarse nada de un modo personal. Forman parte de lo que se llama: Escuela de Maestría del “Ah, Eso”.

Hay muchas historias del “Ah, Eso” que se originan en la antigua sabiduría oriental.

He aquí una de ellas...

“Una muchacha joven y sus furiosos padres llegan hasta las puertas de un monasterio exigiendo ver a cierto monje joven.

Cuando se presenta el monje, los padres empujan hacia adelante a su hija evidentemente embarazada y dicen que ella ha confesado que él es el padre del niño.

El monje simplemente responde: “Ah, eso”.

El padre, más indignado aún, dice que cuando nazca el bebé se lo quitará a su hija y se lo dará al monje, el cual será responsable de la educación del niño en el monasterio.

El monje responde: “Ah, eso”.

La familia se marcha y el monje vuelve a sus tareas sin decir una palabra.

Varios meses más tarde, el padre regresa y coloca al bebé recién nacido en los brazos del monje. El joven monje cuida cariñosamente del recién nacido en su diminuta celda.

Transcurrido un tiempo, los padres, su hija y un muchacho llegan a las puertas del monasterio.

Esta vez el padre dice que su hija se sentía angustiada sin su hijo, que había ido a verle y había confesado que no era el monje el padre del niño, sino este muchacho, que había sido su amante. Ella había inventado la historia del monje por temor a la ira de su padre contra el chico. Dicen estar enamorados y que no pueden soportar vivir sin su bebé. ¿Sería el monje tan amable de perdonarles y devolverles al niño? A lo cuál el responde:"Ah. eso", al tiempo que les entrega el bebé.

Mantenerte centrado sin importar lo que esté sucediendo a tu alrededor, no tomarte de una forma personal lo que otra persona dice o hace, es la auténtica libertad emocional.

La próxima vez que estés a punto de tomarte el comentario o el desagravio de alguien de una forma personal, di simplemente: "Ah, eso", y continúa con tu vida.

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